jueves, 31 de enero de 2008

Despertar...


(…)

Ella vio que él apoyaba el mango del látigo en su sexo. Lo frotó de arriba abajo y, en el momento en el que tocó su clítoris, ella perdió el control. No sabía cuánto tiempo hacía que estaban allí, no imaginaba cuántas veces había sido azotada, pero de repente vino el orgasmo, el orgasmo que decenas, centenas de hombres, en todos aquellos meses, jamás habían conseguido despertar. Una luz explotó, ella sentía que entraba en una especie de agujero negro en su propia alma, donde el dolor intenso y el miedo se mezclaban con el placer total, aquello la empujaba más allá de todos los límites que había conocido.

María gimió, gritó con la voz sofocada por la mordaza, se sacudió en la cama, sintiendo que las esposas le cortaban las muñecas y las tiras de cuero le destrozaban los tobillos, se movió como nunca justamente porque no podía moverse, gritó como jamás había gritado, porque tenía una mordaza en la boca y nadie podría oírla. Aquello era el dolor y el placer, el mango del látigo presionando el clítoris cada vez más fuerte, y el orgasmo saliendo por la boca, por el sexo, por los poros, por los ojos, por toda su piel.

Entró en una especie de trance, y poco a poco fue bajando, bajando, el látigo ya no estaba entre sus piernas, sólo el vello mojado por el sudor abundante, y manos cariñosas que le retiraban las esposas y desataban las tiras de cuero de sus pies.
Ella permaneció allí acostada, confusa, incapaz de mirar al hombre porque estaba avergonzada de sí misma, de sus gritos, de su orgasmo. Él le acariciaba el pelo, y también jadeaba, pero el placer había sido exclusivamente suyo; él no había tenido ningún momento de éxtasis.

Su cuerpo desnudo abrazó a aquel hombre completamente vestido, exhausto de tantas órdenes, tantos gritos, tanto control de la situación. Ahora no sabía qué decir, cómo continuar, pero estaba segura, protegida, porque él la había invitado a ir hasta una parte suya que no conocía, era su protector y su maestro. Empezó a llorar, y él pacientemente esperó a que terminase.

¿Qué has hecho conmigo? -decía entre lágrimas.

-Lo que querías que hiciese.


(Paulo Coelho. “Once minutos”)




"When candles and inciense are not enough to dispel the death i die every day..."

(Autumn "How it came to be this way")




Y hoy volví a soñar... Y no quería despertar... Pero, ¿por qué debo salir corriendo...?

Tantas y tantas cosas cambiaría si pudiera...


Y hoy necesito una mirada y una sonrisa...


Black Roses for the Death...