lunes, 14 de abril de 2008

Un cuento...



En medio de la intensa luz del sol y del fuerte calor, el pinar parecía una llamada fresca y soleada. El niño, que lo había estado mitrando desde lejos, que había apresurado el paso según se acercaba a él, se metió dentro del bosque y respiró profundamente. Parecía querer llenarse del olor de los pinos y de su sombra…

Anduvo un rato bajo los árboles, pisando la tierra blanda, cubierta de agujas caídas y luego, por fin, se sentó apoyado en un tronco.

Empezó a pensar, a recordar momentos pasados con la persona que más quería. Ahora ella se encontraba lejos, muy lejos… No podía tenerla junto a él. Tan solo tenía de ella una foto y una serie de pequeños recuerdos de determinados momentos que siempre llevaba en sus bolsillos. Recordaba todos los buenos momentos que había pasado junto a ella y se sentía muy desgraciado por no tenerla en esos momentos.

Pensó que podía haberla perdido… Pensó que la había perdido… Ya nunca más volvería a verla como antes… Para él ya no sería la misma… Durante ese tiempo, el otro ambiente la habría cambiado, y seguramente, él ya no le importaría…

Él seguía mirando la foto… Le seguía pareciendo preciosa, siempre se lo había parecido, aunque ella siempre le dijera que no era cierto…

- No puedo olvidarte – se decía – No puedo…


Algunas lágrimas brotaron de sus ojos, unos ojos que en otro tiempo estaban llenos de tristeza y que ella había logrado modelar hacia la alegría… Las lágrimas recorrieron las mejillas, pero no dejó que llegasen al final y las detuvo suavemente con la mano…

- No debo llorar… No se va a arreglar nada… Debo intentar olvidar poco a poco – se dijo.


Volvió a frotar su mano por la cara y suspiró. Miró hacia el frente y pudo observar que todo estaba verde, tan verde como no recordaba haberlo visto nunca… El sol que caía en las zonas donde no había árboles, hacía brillar la hierba como si fuese un cristal, una esmeralda y, como otros pequeños soles, flores amarillas de diente de león, salpicadas entre el verdor, asomaban aquí y allá. También había algunas amapolas, muy pocas, escapadas de los trigales de la llanura. La hierba estaba bastante alta y sedosa… Al niño le llegaba casi por la rodilla…

Todo lo pareció muy bello, pero luego pensó que no podía ser así… Todo tenía que ser malo y extraño. Nada podía ser ahora tan bello y sólo era esa pequeña esperanza la que hacía que el color de todo cambiara… Y ya había perdido toda esperanza…

Se dejó caer de espaldas y miró al cielo… Así permaneció algunos minutos… Creyó que iba a llorar otra vez, pero se contuvo, no lo hizo… No quería llorar…

No sabía cuánto tiempo llevaba así, cuando levantó la vista y vió delante de él a una mujer, bella y alta, que le miraba fijamente, aunque sus ojos parecían mirar mucho más lejos, a través de él, a algún otro lugar lejano…

El niño se enderezó y también miró a la mujer, pero no sabía cómo reaccionar, si hablarla y qué decirla… Entonces la mujer le preguntó:

- ¿Qué haces aquí?

- Nada… Recordar… Olvidar… Aquí, en la sombra y en soledad se puede hacer…

- Si – dijo la mujer. – Esta sombra es tan buena…


Y en ese momento estuvo casi a punto de sonreír y sus ojos parecieron volver de lejos y hacerse más luminosos mientras se fijaban en el niño como si lo viera por primera vez. Y la mujer repitió:

- Esta sombra es tan buena…¿Verdad que lo es?

- ¡ Ya lo creo ! Yo quería estar solo, pensar un poco y miré hacia esta sombra y me noté aliviado, me parecía más fácil pensar aquí… -

- Si – contestó la mujer – Así es… Así era…


El niño la miró sorprendido, sin entender qué quería decir…

- Sé lo que te ocurre – le dijo – Lo sé todo. No tienes por qué pensar, no tienes que olvidar nada… Deja que todo siga ahí, en tu mente… No lo dejes irse…

- No quiero perderla – le dijo – La necesito… - y de nuevo se le saltaron algunas lágrimas…

- Recuerda sus palabras – dijo ella – Recuérdalas: “…Cuando pienses que te voy a dejar, ¿por qué no te preguntas si me vas a dejar tú a mí? Tu respuesta será la mía…”.


El niño se quedó inmóvil un momento. Pensó en eso… Él n la dejaría nunca, no se separaría jamás de ella… Y una sonrisa brotó en sus labios. Sus ojos brillaron de una manera especial, diferente… Ahora se sentía mejor, mucho mejor…

- Gracias – dijo… - Gracias por tus palabras…


La bella mujer hizo un leve gesto de aprobación y, dándose la vuelta, salió del bosquecillo, no sin antes volverse para mirar al niño, que permanecía de sentado, inmóvil… Y desapareció a la vista del niño…

El pequeño siguió mirando hacia donde había desaparecido aquella extraña mujer y vio aparecer una pequeña figura. Parecía una niña… Poco a poco y conforme se iba a cercando aquella nueva figura, su rostro reflejó la mayor alegría posible… Esa niña era ella, había vuelto y se aceraba lentamente hacia él…

Se levantó y salió corriendo hacia ella… Se encontraron el uno frente al otro… Se miraron… Se abrazaron, muy fuertemente… Ya no se separarían nunca… Nunca… Y ambos lo sabían…

Bajo el intenso sol, en medio del campo llano, seguía esperándoles la sombra del pinar…